Cuadro "Viridian Swim"
Imposte incluse.
Esta obra nació de un instante robado al silencio líquido, de una escena vivida y a la vez soñada, en la que el cuerpo humano se funde con la piel del agua. Pinté esta imagen buscando capturar el goce íntimo y libre de la inmersión: ese momento en que todo el mundo exterior desaparece y solo queda la sensación pura de flotar, de deslizarse, de ser uno con el mar.
La figura femenina nada sin mirar atrás, con movimientos suaves y seguros. No hay tensión en su cuerpo, solo la cadencia fluida del avance. Pinté su piel con destellos de luz que se filtran desde la superficie: un juego de reflejos que transforma su espalda, piernas y pies en esculturas vivas, esculpidas por el sol.
Me interesaba más que nada la atmósfera. Por eso trabajé el agua con una mezcla de realismo y abstracción: las pinceladas amplias, los destellos anaranjados y dorados que surgen como fragmentos de un mundo reflejado en la superficie —¿son edificios? ¿barcos? ¿recuerdos?— sirven como señales de que hay algo más arriba, pero aquí abajo todo se calma. El agua lo envuelve todo con su manto turquesa, vibrante y profundo, que a ratos parece tela, a ratos vidrio líquido.
Este cuadro no es solo una escena acuática, es un homenaje a la libertad que sentimos al soltarnos, al fluir, al alejarnos de la orilla para perdernos en nosotros mismos.
